domingo, 13 de abril de 2014

Vía Jerusalem


Mi corazón esta hinchado por el significado, el valor y la oportunidad de estar en Israel. En primer lugar porque estoy viviendo un sueño, una palabra profética un anhelo que al fin hoy se materializan en mi vida y me siento muy agradecido a Dios y a mi familia por ello.

Sin embargo como en todo viaje, sobre todo tan largo como este donde literalmente te estas yendo al otro lado del mundo, tiene sus por menores característicos, como el traslado al aeropuerto, los chequeos respectivos, las filas que hacer, las horas de vuelo, el aterrizaje, el pase por inmigración, recoger las maletas, acomodarse en el hotel, comer, comenzar a sufrir el jet lag, en fin, estar lo suficientemente agotado para acostarme rendido en mi primer día por Israel.

A la mañana siguiente nos levantamos a desayunar, recoger las maletas para trasladarnos a otro hotel y medio comenzar a ver el movimiento de la ciudad y las primeras impresiones que comienzo a recoger de Tel Aviv, una ciudad junto al mar, con grandes edificaciones nuevas que resaltan entre las menos modernas y un ambiente propio de ciudad, gente en su día a día, turistas, buses, trenes, carros, motos, semáforos, comercios, casas de cambio, bancos, viviendas, etc. Todo contigua a un bulevar playero y pare de contar. Mis ojos tratando de recopilar hasta los más mínimos detalles y  mis oídos captando el idioma de la gente, que por cierto aun no logro distinguir entre el hebreo y el árabe,  pero hasta entonces no empiezo mi tour por los cientos de lugares santos que vine a ver.

Precisamente inmerso en estas primeras diligencias de todo turista, cuando voy rumbo a mi siguiente hotel sentado en el tren de Tel Aviv me encuentro súper atento a la ventana para ver todo lo que pueda, mientras estoy simplemente observando acompañado del sonido de unas voces en el vagón y el clac clac característicos de los rieles ya casi anocheciendo, veo en la vía un gran cartel de autopista color verde con letras blancas muy característico, que señala con flechas las próximas rutas, entre las cuales leo la palabra "Jerusalem" lo cual me impacta sobremanera, no porque nunca he visto un letrero de autopista o porque no supiera que estoy cerca de Jerusalén, sino por el hecho de caer en cuenta que finalmente estoy en Israel; y comienzo a imaginarme que no estoy en un tren, que no voy a un hotel, que ya no me interesan los edificios ni el tour, señores estoy en la tierra donde el hijo de Dios se encarno, donde han ocurrido los eventos más extraordinarios de la historia, la tierra que ahora estoy pisando y en la que estaré caminando por algunos días, es la tierra por donde han caminado también profetas, apóstoles, los primeros creyentes, reyes, imperios, ejércitos y cientos de miles de millones de personas a lo largo de la historia desde que el mundo es mundo. 

En ese momento, en ese instante cuando tan solo leo en un cartel verde de letras blancas la palabra "Jerusalem" desapareció todo a mi alrededor y realmente en esos segundos me dije a mi mismo y en lo más profundo de mi corazón despojado de todo (turisteismo): “llegue, llegue a Israel, Tierra Santa, Tierra Bendita y Escogida por Dios, qué gran privilegio”.
El valor de este día es inmenso.


Abraham “Alegría” Meneses